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Los Sueños Inocentes

La envidia es el cáncer de la sociedad contemporánea. El bombardeo continuo de la vida a la que deberíamos aspirar nos hace reprimir los deseos y los sueños del niño que somos y siempre seremos. Alimenta el deseo de conseguir lo que no tenemos y, por tanto, no necesitamos.

Alejados de la comodidad de las rutinas, se alzan las voces que cuestionan la realidad en la que nos hemos acostumbrado a existir. Una vida que nos distancia de la felicidad que anhelamos. En confinamiento lo que interpretamos como el pasado fusiona con el presente. El silencio del barullo de una vida evasiva desvela fantasmas que otorgaron lecciones fundamentales para hacernos quienes somos.

Acompañantes de los que nos despedimos con el amor incondicional que compartimos con ellos y con el dolor que aquella separación exigió. Un proceso para purgar la contaminación de las esperanzas que creamos tratando de manipular la realidad. Así, tomamos conciencia de que hay vínculos que han de romperse para que comprendamos que el amor no está en nadie más que en uno mismo.

Las lecciones más dolorosas son aquellas que nos obligan a contemplar la belleza de nuestra propia perfecta imperfección. La ilusión de la separación nos recuerda del destello que se perdió dentro de la oscuridad cuando dejamos de amarnos por quienes somos.

Este mismo silencio nos permite escuchar las voces que hacen eco de las lecciones ahora que hemos trascendido los patrones. Recordamos la sabiduría exquisita que yace en la inocencia que recuperamos al soltar la adicción de perseguir lo que nunca era nuestro. Ahora que disfrutamos de lo que realmente necesitamos, nos reencontramos con las ilusiones del niño que juega detrás del cuerpo que vemos en el espejo, aquel ser que hemos elegido ser. El que puede cumplir los sueños que nacieron de la inocencia y no de la necesidad.

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