El Hogar Paradisiaco e Irreal
La sensación de pertenencia eclipsa la compulsión de expresar la identidad. Mientras que se habla mucho de sentirte parte de tu familia o de tu círculo íntimo, me pregunto ¿cuánta
importancia tiene sentirte habitante de dónde vives?
Las particularidades socioculturales que caracterizan a los lugareños de un pueblo o una
cuidad son interesantes. La duda está ubicada en la proveniencia de ese carácter localizado.
¿Adquieres actitudes preexistentes para pertenecer? O ¿las tendencias surgen de forma
natural para gestionar las experiencias endémicas de la coyuntura sociopolítica local?
Estas preguntas me persiguen cuando exploro lo que es echar de menos algo inerte y carente de vida que es un lugar.
A diferencia de una casa que guarda entre sus paredes ecos del pasado de todos los que se
han refugiado allí. Hay una abundancia de las experiencias que has vivenciado allí y prosperan
detonantes de recuerdos en cada grieta de cada pared. Pero, la fuerza del anclaje que siento
a un barrio donde vivía antes, cuyos edificios parecen formadas de palabras atractivas en
lugar de ladrillos sencillos. Por eso, me resisto a aceptar que la vida me llevó a mudarme de
allí no por capricho, sino por supervivencia.
Es frustrante mi incapacidad de trasladar la alegría e ilusión que recorría mi ser al deambular por aquellas calles a un lugar donde ahora sigo el rumbo del aprendizaje vital con el fin de conocer mi autenticidad. Comprendo que estaba atrapado por mi pasado allí y su fantasma no me dejaba deshacerme del disfraz detrás de la que me escondía.
Se me hace incomprensible atender a perspectivas que comprenden las grandes desventajas que impiden que viva hoy en aquel lugar. Quizá por no querer renunciar que sea el paraíso que perdura en mi corazón.
Me queda indagar en mi obsesión de cargar la responsabilidad de mi felicidad en una ciudad
en lugar de la gente tan maravillosa que tengo la inmensa suerte de disfrutar en mi entorno.
Comentarios