El Faro del Sentir
Las luces se apagan y las puertas vuelven a cerrar, alejándome de quien amo. Hoy se llama Covid lo que pretende recordarme que la felicidad nunca la encuentro en los abrazos o en los besos furtivos y, menos aún, en las palabras que embellecen un discurso que trata en vano de racionalizar otra separación.
Nadie en su sano juicio puede decir que la vida es fácil sin mostrar una mirada vacía o una sonrisa que desvela la ironía de esas mismas palabras. Hay un sinfín de pautas que la comunidad de la psicología positiva predica para silenciar el malvado ego o el equilibrio de la realidad que desafía la resiliencia ficticia. Aquella resolución que el destino se encargará de todo. Si no te corresponde, no es tuyo.
El destino marca el rumbo por el que paulatinamente me acerco a mi autenticidad. Los obstáculos aparecen para que me dé cuenta de qué me sirven las herramientas que descubro al comprender el porqué de mis patrones. Cada experiencia dolorosa, como estas separaciones, son oportunidades para indagar en las profundidades del ser, para rebuscar en los rincones más oscuros de lo desconocido.
Indudablemente, la vida es maravillosa y perfecta. Con cada paso que doy por muy equivocado que parezca a veces, se desvela una nueva pieza del puzle que coloco sobre la gran mesa en busca del significado de la obra maestra que es la vida. Si no me caigo, no siento la tierra por la que camino, ni puedo aprender que, al levantarme, me hago más fuerte, más resuelto a seguir adelante hacia la fogata. Esa que alumbra el claro donde se ubican los secretos que siempre supe.
Cuando abrí los ojos y dejé de soñar con una vida ajena e irreal, me encontraba en este paraíso donde todo brilla incluso lo que antes me acechaba desde el rechazo y el prejuicio que sentía al no ver quien nunca fui. Hoy sé que todo existe con un propósito y ninguno de ellos es para derrumbarme.
FOTO: @the.violet.flame
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