Amo lo que Rechazaba de Mí
Cuando empecé a estudiar el eneagrama, aprendí dos cosas fundamentales sobre mí: Lo que más rechazo me produce es lo que no comprendo de mí y por muy bien que me dé el reencuadre de todo en oportunidades, los desvíos sólo aportan cuando tomo tiempo para reflexionar y sentir el dolor que los acompañan.
El eneatipo 7, que es la tendencia de mi personalidad, se caracteriza por el optimismo que me chirria en los demás. Odio la ‘psicología positiva’ y la tendencia de la sociedad para quitar importancia a los problemas, convirtiéndolos en ‘retos’ o comparándolos con los de los desafortunados que no tienen para comer. Al leer eso, parezco Ebenezer Scrooge. Pero, cualquiera que me conoce sabe que no me canso de encontrar la alegría en todo lo que hago, empeñado en mostrar como los ‘retos’ son peldaños en el camino hacia el paraíso del sentir.
El Entusiasta o el Epicúreo, como han titulado el eneatipo al que recurro para enfrentarme a los desafíos del día a día, peca de la superficialidad que tanto he criticado. Tanto era el rechazo que sentía a la tendencia a la dispersión en lugar a la profundización que me tatué el Aegishjalmur en mi pecho para representar la resiliencia. No me doy por vencido fácilmente. Pero, tampoco muestro constancia. Cuando consigo algo o deja de ser fascinante lo descarto con el desinterés de un niño caprichoso.
Reconocer las facetas que detestaba en las proyecciones en otros, me permitía comprender la frustración que me plagaba. Carente del juicio, las herramientas que evitaba por no querer sentir el dolor que asociaba con ellas llegaron a ser los pilares del proceso de integrar la totalidad de mi personalidad. El dolor es el lenguaje de la sanación. La aceptación es abrazar la oscuridad hasta que aprenda lo que señala en mí para que deje de avergonzarme de mi perfecta imperfección.
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